Cuando era chaval y quizá hasta que empecé a peinar canas disfrutaba con las fiestas navideñas.
Cuando era niño por los Reyes, el nacimiento, el pavo y porque podía hacer lo que quisiera que nadie se enfadaba conmigo.
De estudiante bachilleril o mismo de universitario porque pillaba como veinte días de holganza y de brindis con los amigotes y eso era vivir, ¡qué caramba!.
De veinteotreintaañero porque disfrutaba con las pantagruélicas comidas familiares en casas ajenas donde llegabas a mesa peripuesta y te ibas con el estómago lleno y sin haber recogido ni un plato. ¡Eso sí que eran orgías!.
Ahora que ya no tengo Gaspares, Melchores ni Baltasares, ni veinte días de cachondeo y las comidas se hacen en mi casa, tengo que reconocer, muy a mi pesar, que estas fiestas son un verdadero latazo, por no decir otra cosa más malsonante.
Por suerte nos queda la Lotería, ¿a que sí?.
¡Feliz Navidad!
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