Cuando en vísperas del puente de la Constitución los controladores armaron la que armaron, la solución para que los aeropuertos volvieran a la normalidad fue la de decretar el Estado de Alarma, o sea, militarizarlos pero dicho de una manera más elegante.
A partir de esos días los que mandan han repetido hasta la saciedad que lo que hay que hacer es acabar de una vez por todas con la situación de privilegio de la que goza ese colectivo. Y eso está muy bien y eso lo entendemos todos, porque, si es verdad, que lo será, que sus sueldos son tan estratosféricamente altos será porque algunos de esos que ahora se rasgan las vestiduras y lloran cual plañideras así lo dispuso.
Pero no es este el motivo principal de mi reflexión, sino el de poner de manifiesto mi total y absoluta perplejidad al escuchar a esos poseedores de la verdad absoluta decir con una expresión más o menos seria, pero con media sonrisa en la boca, lo del privilegio de ese colectivo, cuando si hay un colectivo especialmente privilegiado en este país ese es precisamente el de los políticos, así es que, hágannos el bendito favor de dejar de hablar de las prebendas de las que disfrutan los controladores, que serán verdad seguramente, y expliquénnos clara y llanamente el por qué de las que disfrutan ustedes, porque son las suyas, y no las de aquellos, las que causan verdadera alarma social en nuestra querida piel de toro.
Y es que lo que verdaderamente desasoiega y escandaliza a la gente de a pie es ver cómo los que deberían de estar al servicio y a la disposición del Estado tienen al Estado a su libre servicio y disposición.
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