Lo que más me llama la atención de estas fiestas es que durante unos cuantos días todos nos dejamos llevar por eso que algunos llaman buenismo y nos transformamos en unas personas que, aun no siendo radicalmente distintas a las que en realidad somos, intentamos sacar todo lo mejor de nosotros mismos y procuramos olvidar y dar la espalda, aunque solo sea temporalmente, a nuestro lado malo y oscuro.
De esta forma compartimos nuestros décimos de lotería con todos aquellos que se cruzan en nuestro camino, no vaya a ser que nos toque y el desventurado te eche en cara tu falta de memoria por no haberte acordado de él a la hora de repartir los números, saludamos efusiva y amablemente a todas las personas con las que nos topamos en el ascensor o en el bar aunque sea la primera vez que les veamos, mandamos correos electrónicos, con felicitaciones a cual más original, a todas y cada una de las direcciones que tenemos archivadas en nuestras carpetas, hacemos planes, que casi nunca se cumplen, para vernos con este o con aquel familiar o amigo y charlar un rato...
Vamos, que son días de todos somos muy buenos y muy cariñosos, de cuánto te quiero y de a ver cuándo quedamos, de solucionar pequeñas y absurdas tiranteces, en fin, días de abrir paréntesis y de brindis, y de risas y de deseos, pero, ¿y después?, ¿qué poso queda después de estas fechas en las que nos hemos deshecho en múltiples abrazos y parabienes? Pues mucho me temo que nada, que todo volverá a ser igual que al principio, que volveremos a ponernos nuevamente el puñal en la boca y saldremos otra vez a la calle con la pretensión de que nadie nos tosa ni nos pise, y ¡ay de aquél que lo haga!
Y es que, desgraciadamente, esta, y no la otra, es la realidad. La Navidad es solo un quiero y no puedo, un vamos a llevarnos bien durante estas fiestas porque es lo que se lleva, y luego si te he visto no me acuerdo. Pero, aunque esta ficción solo dure unos cuantos días, bendita sea, porque, por lo menos, sirve para que nos hagamos la ilusión de que todos somos buenos y nos queremos un montón.
¡Felices fiestas!
domingo, 26 de diciembre de 2010
viernes, 17 de diciembre de 2010
El Estado de Alarma
Cuando en vísperas del puente de la Constitución los controladores armaron la que armaron, la solución para que los aeropuertos volvieran a la normalidad fue la de decretar el Estado de Alarma, o sea, militarizarlos pero dicho de una manera más elegante.
A partir de esos días los que mandan han repetido hasta la saciedad que lo que hay que hacer es acabar de una vez por todas con la situación de privilegio de la que goza ese colectivo. Y eso está muy bien y eso lo entendemos todos, porque, si es verdad, que lo será, que sus sueldos son tan estratosféricamente altos será porque algunos de esos que ahora se rasgan las vestiduras y lloran cual plañideras así lo dispuso.
Pero no es este el motivo principal de mi reflexión, sino el de poner de manifiesto mi total y absoluta perplejidad al escuchar a esos poseedores de la verdad absoluta decir con una expresión más o menos seria, pero con media sonrisa en la boca, lo del privilegio de ese colectivo, cuando si hay un colectivo especialmente privilegiado en este país ese es precisamente el de los políticos, así es que, hágannos el bendito favor de dejar de hablar de las prebendas de las que disfrutan los controladores, que serán verdad seguramente, y expliquénnos clara y llanamente el por qué de las que disfrutan ustedes, porque son las suyas, y no las de aquellos, las que causan verdadera alarma social en nuestra querida piel de toro.
Y es que lo que verdaderamente desasoiega y escandaliza a la gente de a pie es ver cómo los que deberían de estar al servicio y a la disposición del Estado tienen al Estado a su libre servicio y disposición.
A partir de esos días los que mandan han repetido hasta la saciedad que lo que hay que hacer es acabar de una vez por todas con la situación de privilegio de la que goza ese colectivo. Y eso está muy bien y eso lo entendemos todos, porque, si es verdad, que lo será, que sus sueldos son tan estratosféricamente altos será porque algunos de esos que ahora se rasgan las vestiduras y lloran cual plañideras así lo dispuso.
Pero no es este el motivo principal de mi reflexión, sino el de poner de manifiesto mi total y absoluta perplejidad al escuchar a esos poseedores de la verdad absoluta decir con una expresión más o menos seria, pero con media sonrisa en la boca, lo del privilegio de ese colectivo, cuando si hay un colectivo especialmente privilegiado en este país ese es precisamente el de los políticos, así es que, hágannos el bendito favor de dejar de hablar de las prebendas de las que disfrutan los controladores, que serán verdad seguramente, y expliquénnos clara y llanamente el por qué de las que disfrutan ustedes, porque son las suyas, y no las de aquellos, las que causan verdadera alarma social en nuestra querida piel de toro.
Y es que lo que verdaderamente desasoiega y escandaliza a la gente de a pie es ver cómo los que deberían de estar al servicio y a la disposición del Estado tienen al Estado a su libre servicio y disposición.
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