Ayer por la noche salí a cenar con unos amigos y sus respectivas. Había que celebrar el cumpleaños de la mía. Son amigos del bachillerato y nos vemos muy a menudo. Hicimos buenas migas de chavales y nos seguimos cultivando. Lo que pasa es que a mí esto de las cenas ya me empieza a resultar un poco pesado.
Me explicaré. Quedas a las 21:30, pero cuando quieres empezar a masticar son las y media de las 22 o casi. Asi es que cuando terminas de darle a la mandíbula son como las tantas de la noche. A todo esto en lo que cenas pues hablas con los que tienes al lado y si se tercia y te cambias de sitio pues hablas con el otro bando. Vamos que no hablas con todos todo lo que hubieras querido. Luego, cuando ya has pagado el sablazo, porque ya no se come barato en ningún sitio, sales a la calle y alargas la función y entonces si alguien dice de ir su casa a tomar algo tienes que decir que sí, porque si dices que no que si eres un rancio, que si te estás haciendo mayor, que si es sólo un ratito... Y entonces ya te dan las previas al amanecer.
Y luego resulta que como yo tengo cogida mi hora pues voy y me despierto al poco de acostarme, es decir, a las seis y media de la mañana. Total que, ¿cuánto he dormido?. Y claro ése es el problema. Al día siguiente estoy hecho unos zorros, porque yo necesito dormir mis siete u ocho horas de rigor. Pero eso no lo entiende nadie. Sólo yo.
Y yo mismo me pregunto: ¿no es mucho más práctico quedar para comer que para cenar?. Terminas de comer y como tienes toda la tarde por delante vas a casa de quien se ofrezca, charlas tranquilamente con los amigos, haces la digestión de todo lo que has engullido, te tomas un descafeinado y ¡hasta un combinado si se tercia!... Vamos que te da tiempo a todo lo que tenías planeado cuando se planificó la cita.
Pues no. No hay manera. Puede que con los años consiga convencerles.
A seguir bien.
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